Que Trump es noticia lo sabemos todo. Para unos, un loco desalmado; para otros, el nuevo «padre de la Patria». Lo cierto es Trump no deja indiferente a nadie. Ya, desde que estaba en campaña electoral se le veía disputar el trono de las polémicas; y si de polémicas se trata, ha conseguido la corona con su controvertido muro en la frontera de Estados Unidos con México, que le ha servido como estandarte del más furioso nacionalismo.
«Somos un país que pierde trabajo en su territorio y lo entrega fuera. Somos un país que defiende las fronteras de otros países pero no las suyas. Tenemos a los malos dentro y los vamos a echar”.
Pero la ofensiva no se limita a la inmigración. Para “mantener América segura” hay que tener los ojos bien abiertos. El planeta, según Trump, es un lugar inhóspito. El peligro islamista acecha ahí fuera. Por su culpa, Suecia Alemania, Francia –“París ya no es París”– viven días difíciles. “Mirad lo que ocurre en el mundo. Nos puede pasar a nosotros. Tenemos que ser inteligentes para evitarlo. Vamos a mantener fuera de nuestro país a los terroristas islámicos”, afirmó.
Trump dijo a la Conferencia de Acción Política Conservadora que la construcción comenzará «muy pronto» y que los planes van «muy, muy por delante de lo programado».
Se desconoce qué tan pronto proporcionará fondos el poder legislativo o cuál será la cantidad. La Oficina de la Contraloría del Congreso calcula que un muro costaría un promedio de US$6.5 millones cada mil 600 metros (una milla) para una cerca que impida el ingreso de la gente, y de US$1.8 millones cada mil 600 metros (una milla) para las barreras contra el paso de vehículos.
En la actualidad existen 569 kilómetros (354 millas) de cercas para detener a peatones y 482 kilómetros (300 millas) de barreras contra vehículos, la mayor parte construidas durante el segundo mandato del presidente George W. Bush.
Y ya sabemos casi más del muro de México que de nuestros propios muros; los muros que tenemos en nuestras propias narices; en las narices de esa España y esa Europa que teme y que bajo la excusa de «protegerse» instala kilómetros y kilómetros de vallas llenas de concertinas que hieren y matan. Pero las vallas en España parecen no estar mal vista; «Spain is different». A fin de cuentas, los medios de comunicación, ávidos de vender titulares, centran sus titulares en el muro de Trump. El muro de Trump vende, la masa lobotmizada necesita noticia. Las vallas de Ceuta y Melilla ya no venden, esas vallas ya no son noticia aún cuando seres humanos sigan dejándose trozos de sus pieles en sus cuchillas.
Saltos dramáticos de la valla hay casi todos los días. Quizás los más terribles fueron el 29 de septiembre de 2005 cuando 600 seres humanos. Fallecieron entonces 5 inmigrantes (dos en el lado español y tres en el marroquí, todos por disparos). Las autopsias de los dos cadáveres que quedaron en el lado español concluyeron que las balas eran marroquíes. La tragedia hizo que Zapatero, entonces al frente del Gobierno, desplegara 480 militares en la valla y Marruecos añadió 600.
La valla actual es doble, tiene 6,10 metros de altura, luces de alta intensidad, videocámaras de vigilancia, equipos de visión nocturna, sensores de ruido y movimiento… Vallas que no son vallas; son concertinas que hieren, son pérfilos cortantes que se convertirán en cicatrices para toda la vida.
El 17 de febrero cruzaron 497 personas (dos mujeres), el 95% procedentes de Guinea. El lunes 20 fue el turno de los cameruneses: 333 de los 359 a los que registró el Ceti. Entre estos últimos estaba Newton, de 23 años, quien ahora está en las tiendas militares que el Ceti –desbordado tras los saltos con 512 plazas y 1.410 inmigrantes a los que atender– ha instalado en una explanada cercana. Cuenta Newton que éste era su octavo intento de saltar la valla, que antes probó por mar 13 veces, que en las montañas están efectivamente separados por nacionalidades y que separados también saltan, que quiere alcanzar Alemania y dedicarse allí a construir coches.
De los 22.000 subsaharianos que se encaramaron a la valla en los 70 saltos, de unas 300 personas cada uno, registrados a lo largo del 2014, solo 2.000 lograron su primer objetivo: el CETI, el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de Melilla. Tan común era que saltasen 300, que en el argot policial «un 300» equivale a «un salto», aunque pronto quedó superado por avalanchas de miles de personas. «Comunicar por radio «un 300-1.000″ resultaba contradictorio», dice el comandante de la Guardia Civil de Melilla, Arturo Ortega.
Ortega, no durmió casi ni una sola noche entera el año pasado. Sonaba la alarma y saltaba de la cama. Muestra en su despacho un vídeo nocturno de la frontera donde se ven hileras de cuerpos negros en un paisaje blanco, el calor que desprenden en la oscuridad. Pasa lo mismo en los controles de los coches, los sensores detectan el sonido del corazón. El hambre les mueve, el color de la piel les señala, la temperatura corporal les descubre, los latidos les delatan.
Pobrecitos. Qué sufrimiento. Lo que tienen que estar pasando. Es terrible. Se me encoge el alma. No puedo ni ver las imágenes. ¿Cuántas veces no hemos escuchado estas frases? Europa llora, grita, quiere que se salven, que no mueran, pero… pero que no vengan, que se vayan, que desaparezcan, que no existan y que no tengamos que verlos en la tele, y menos en nuestras calles, con sus mantas, en el metro, o en las escaleras de nuestras casas.
Admitamos que no son solo cínicos e hipócritas nuestros “líderes” políticos sino nosotros mismos; cada uno de nosotros, todos, como sociedad. Cada vez más países dan la espalda a la libre circulación de personas que impera en el bloque y levantan alambradas o imponen controles fronterizos. El último en sumarse fue Austria. Y en nuestras propias narices, Turquía que acaba de colocar bloques de cemento en su frontera con Siria para evitar el paso de refugiados.
Sí. Cínicos, descarados, desvergonzados, insolentes, caraduras, falsos, hipócritas. Eso es lo que somos como sociedad. Porque ninguno de nosotros, por ejemplo –incluso ni el que escribe este texto- sería capaz de renunciar a su móvil de última generación o a su ordenador. Aún cuando sabemos que todos esos artilugios llevan coltán, un mineral que extraen niños famélicos en África (en la República Democrática del Congo, en la se encuentran el 80% de las reservas mundiales de coltán).
Refugiados. Ahora nos ha dado por llamarles así eufemísticamente. Hasta hace unos días eran “moros”, “sudacas”, “negritos”; y en el mejor de los casos, para limpiar un poco nuestras conciencias o simular que hacemos exorcismos espirituales: inmigrantes. Pero todos, absolutamente, son seres humanos.
Los dirigentes europeos llevan meses asegurando que sólo una política común podrá gestionar la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial. Pero solo se trata de “buenas intenciones” porque la realidad supera esa ficción de solidaridad que nos intentas vender.
Mientras se promete que se respetará el espacio Schengen de libre circulación de personas del continente, varios gobiernos van tomando medidas unilaterales que lo ponen en duda. Tras las primeras vallas -Hungría en la frontera con Serbia- y controles fronterizos -Alemania con Austria- el movimiento se acelera.
Porque tener hoy una valla está de moda.
España ya tiene la suya, en su frontera con Marruecos. Con unas concertinas que ha provocado no pocas heridas y sangre a quienes se han atrevido a saltarla.
Eslovenia ya tiene su valla en la frontera con Croacia y Suecia puso en marcha controles fronterizos, y Austria ya tiene también su valla otra en su frontera con Eslovenia.
Todo para poner obstáculos a los refugiados que siguen llegando por miles cada día y que hacen una ruta que, tras desembarcar de barcazas destartaladas en Grecia desde Turquía, suben por Macedonia, Serbia, Croacia, Eslovenia y Austria para llegar principalmente a Alemania.
Como pasó cuando Hungría cerró su frontera con Serbia, los refugiados cambiarán de ruta, por la costa del Adriático o por Rumanía, pero el flujo, advierte repetidamente el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) seguirá porque los refugiados no llegan a Europa ni porque sea fácil ni porque mafias de traficantes los traigan sino porque sobre sus casas -es el caso de los sirios y constituyen más de la mitad del millón de refugiados llegados este año- caen bombas.
Con la prioridad absoluta de parar la llegada de refugiados y con el sistema de reparto en Europa atascado en 147 personas de las 160.000 prometidas -se tardaría un siglo y medio en recolocarlos al ritmo actual-, los europeos firmaron en Malta un acuerdo con más de 30 gobiernos africanos. Dinero -unos 1.800 millones de euros para proyectos de desarrollo- a cambio de que frenen la salida de inmigrantes y refugiados y acepten más deportaciones.
Pero Europa mira a la Turquía de Erdogan, a quien le ha dado 3.000 millones de euros para “mejorar” las condiciones de vida de los más de dos millones de refugiados sirios que viven en Turquía, pero los europeos quieren, sobre todo, que Erdogan movilice a sus fuerzas de seguridad para que impidan que los refugiados se embarquen en sus costas hacia las islas griegas.
Además se repite que para mantener con vida Schengen hay que reforzar las fronteras exteriores del bloque, pero a nadie se le ha ocurrido todavía cómo puede Grecia cerrar el acceso marítimo a sus islas sin utilizar la fuerza armada y si Turquía no impide las salidas. Y Atenas no puede mantener a los refugiados encerrados en sus islas. La mayor, Lesbos, apenas tiene 50.000 habitantes y algunos días ha recibido a más de 20.000 refugiados.
Como bien ha dicho la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, algunos de forma irresponsable promueven el miedo a “los otros”, “los ilegales”, “los que vienen a vender sin licencia”,” a gastar nuestra sanidad”, “a quedarse nuestras ayudas”, “a ocupar nuestras plazas de colegio”, “a pedir”, “a mendigar” “a delinquir”…
Pero el miedo es sólo eso: miedo. Nuestro miedo a vivir un poco peor contra su miedo a no sobrevivir. Nuestro miedo a tener que compartir una pequeña parte del bienestar contra su miedo al hambre y a la muerte, tan profundo que les ha dado el valor de arriesgarlo todo, para venir sin otro equipaje que el propio miedo.
Miedo contra miedo. Y el suyo es más fuerte. Así que Europa, europeos: abramos los ojos. No va a haber suficientes muros ni alambres que paren esto. Ni gases lacrimógenos ni pelotas de goma. O abordamos un drama humano desde la capacidad de amar que nos hace humanos, o acabaremos todos deshumanizados. Y habrá más muertos, muchos más. Ésta no es una batalla para protegernos de “los otros”. Ahora mismo esto es una guerra contra la vida.
Que los gobiernos dejen de amenazar con el “efecto llamada”. Lo que necesita Europa, urgentemente, es una “Llamada al afecto”, una llamada a la empatía. Podrían ser nuestros hijos, hermanas o madres. Podríamos ser nosotros, como también fueron exiliados muchos de nuestros abuelos.
Europa se blinda con vallas, muros, alambres, cuchillas que matan y espinas. ¿ Y este es el mundo civilizado? A otro con esa lobotomía!
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Excelente articulo…. Muy reflexivo. Muy humano. Que pildora de racionalidad he leido. Gracias.
Magnífico artículo. Agudo, certero, profundo, franco… Pone delante de nuestros ojos nuestra hipocresía, una hipocresía que se va expandiendo en el mundo como pólvora. Hay fronteras en todos lados y en todas las latitudes: esas fronteras que erigimos contra el vecino y contra el no-nacional… En todos los países se da esto, tanto en los pobres como en los ricos. Guardaré como un tesoro estas palabras.
Pues yo me sé de gente que ha venido ilegal al país y no han saltado vallas…
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«…Quizás los más terribles fueron el 29 de septiembre de 2005 cuando 600 seres humanos. Fallecieron entonces 5 inmigrantes …»
Aquí falta algo luego de «humanos», ya que lo que se lee, aunque haya un punto en el medio, es otra cosa..